domingo, 30 de septiembre de 2012


POLIZONTES EN EL MISMO HORIZONTE

Habita conmigo, hija mía,
habita conmigo el mismo horizonte;
allá donde la tierra y el mar besan el cielo. 
Por siempre, mi amor, por siempre.

Que palpite nuestro corazón como un polizonte 
que libera a ciegas su destino y su anhelo. 
¡Te mostraré el sabor de la sal que atardece!
¡Escucharemos juntos la melodía del viento!
Mientras creces. 
Mientras puja tu espíritu y tu cuerpo. 

Tú serás lo que yo no he sido.
Tú completarás mi imperfección
y correrás por donde apenas he andado.
Y mi sonrisa asentirá satisfecha,
vibrante como el arpa del rey pastor.

¿Sabes?
Pensar en ti me evoca la mar y el viento,
la luz y el agua, esos árboles que tanto te gustan y el sol,
la tierra y la lluvia, la roca y las arenas.
Criatura eres y me recuerdas la Creación,
todo aquello que crece o hace crecer. 

Busquemos juntos, hija mía,
busquemos juntos la Eternidad;
a Aquél a quien nuestras almas
un día habremos de reintegrar. 
Para siempre, mi amor, para siempre. 
Para siempre.
Para siempre.
Para siempre.

(Pero, mientras tanto, tiempo hay, mientras tanto, 
babea risueña en mis hombros,
protesta enérgica ante el sueño,
hila carcajadas con las cosquillas,
patalea con tu viva energía,
grita de pura impaciencia,
empapa tus ojos de rocío cansado,
anhela las fuentes de leche materna,
descubre el universo con tu boca
y trata de alcanzar lo que a tu vista queda).
CUANDO ERA PEQUEÑO...


Cuando era un niño pequeño vivía…
porque tú me hacías vivir.
Cuando era un niño pequeño jugaba…
porque tú me hacías jugar.
Cuando era un niño pequeño reía…
porque tú me hacías reír.
Cuando era un niño pequeño soñaba…
porque tú me hacías soñar.

Todo te lo debía cuando era pequeño:
la vida, la risa, el juego y el sueño.
Tú, madre, sabías conjugar mi minúsculo ser
en la conjugación de cada momento.

Cuando era un niño pequeño mi mundo era hermoso…
porque tú luchabas porque fuera hermoso.
La lluvia nunca me mojaba los cabellos…
porque tú eras a todas horas mi paraguas.
El sol nunca quemó mi nueva piel…
porque tú siempre fuiste mi parasol.
El viento nunca enfrió mis huesos…
porque eras mi perenne paravientos.

De todo me protegiste cuando era pequeño,
de todo: de la lluvia, del sol y del viento.
Tú, madre, lo eras todo para mí,
en el día y en la noche,
en el blanco y en el negro,
en las horas y en los días,
en el acto y el pensamiento.

Conmigo te llevo.
Conmigo te guardo.
Aquí y ahora.
En cada momento.