martes, 23 de agosto de 2011

OJOS DE SOL Y LUNA

Madre:
a veces sube el sol en tus ojos,
a veces una luna gris los nubla.
Tú, que fuiste y eres mi luz,
ahora con dura lucha brillas.
No te asustes,
no te rindas;
sé valiente,
sé tú misma.

Recuerda:
un diamante sucio de tierra
no pierde por ello su valor.

Te recuerdo como una voluntad viva,
como una centella en tus quehaceres,
como un rayo que nunca cesa,
como una perenne tormenta.
Tu vitalidad me nutría,
tus ilusiones me alentaban,
y tu amor era mi vida.

Bien sé que no se ha ido esa madre;
bien sé que estás en un entreacto
de la obra que es tu existencia.
Y yo te anuncio una nueva jornada,
y te profetizo una nueva etapa
en este tu mortal camino
camino de la que no acaba.

Reaviva la llama de lo que eres.
Recuerda el fuego y el agua,
recuerda la tierra y el viento
que siempre has sido:
fuego en nuestras noches frías,
agua en la sequedad del camino,
tierra de nuestras raíces,
viento en que soplaba lo divino.

Y escucha lo que te digo:
brille el sol o la luna,
siempre serás nuestra madre,
pues madre no hay más que una.
UN DÍA DE LLUVIA

Quisiera marcharme un día de lluvia,
solas lágrimas en mi despedida,
marcharme un día de fuerte viento
que no dejara cerrar la puerta.

Sí, un día de lluvia y viento.
Un viento que nazca en la altiva montaña,
cruce el llano manso y humilde
y desemboque en el mar inmenso.

Y desearía que la lluvia y el viento,
arremolinados el viento y la lluvia,
versaran en tormenta mi epitafio,
como heraldos y herederos
de mi alma, mi memoria y mi legado.

Sólo quiero las lágrimas de la lluvia
cuando parta al final de mi camino,
y que esa agua fresca y limpia
limpie la pena que dejar pueda,
y que ese viento señor de sí mismo
refresque la sequedad de mi ausencia.

Viento y agua que en eternidad transitan,
pues tránsito es la muerte,
pues tránsito es la vida.
Y al fin espero los brazos del Padre.

No tengo duda:
quisiera marcharme un día de viento,
quisiera marcharme un día de lluvia.

miércoles, 3 de agosto de 2011

PARA EN LA MISMA ORILLA NAUFRAGAR

Mi amor, no mires tanto el mar,
desde que el sol abre su palma
hasta que la tarde cae en calma,
o tu alma se empapará de sal.

Mi amor, no escuches tanto el mar,
en su perenne vaivén de olas,
en su suave susurro de caracolas,
o tus oídos de azul se teñirán.

Mi amor, sea nuestro lecho el mar,
amor que es más que dos mitades;
mas, ¿venceremos mil tempestades
para en la misma orilla naufragar?