viernes, 15 de febrero de 2008

NECESITO DECIRLO ALTO Y CLARO...

DICHOSAS SEAN LAS MANOS QUE CURAN

(Dedicado a todas las auténticas enfermeras vocacionales, especialmente a mi hermana María Ángeles, tan querida).

Dichosas sean las manos que curan,
que hacen de nuestro dolor cotidiano
un fantasma impotente que se disipa.

Benditas sean aquéllas que susurran
al oído de todos nuestros enfermos
palabras que tranquilizan, palabras.

Muy dichosa sea la bendita vocación
que ve en cada ser humano que sufre
a un niño o mujer, a un anciano único.

Bendita sea esa sonrisa tan, tan blanca
que limpia, sí, con su sola presencia
esa garra que se agarra a toda carne.

Porque es el dolor nuestro de cada día
un pan amargo de hiel y lágrimas,
enraizado en cuerpo tan imperfecto.

Porque es la soledad el alimento común
de tantos y tantos enfermos que esperan
porque necesitan vuestra fiel compañía.

Porque veo en esas delicadas manos
que sanan herida tras herida, en ellas
veo siempre el amor más humano.

Y quiero gritar:
¡Bienaventuradas sean vuestras manos!
¡Dichosas sean todas las enfermeras
que tratan al débil como a un hermano!