viernes, 21 de marzo de 2008

EL UNIVERSO ES UNA TAUTOLOGÍA

EL TESTAMENTO DE ENKIDU

Una arcaica tablilla sumeria
descifró en arcilla el Enigma.
Fue guardada por las arenas
de los siglos innumerables,
por las innumerables arenas
del desierto de Mesopotamia.
Cómputo del saber del hombre,
síntesis de la humana ciencia.
Decía en afilados caracteres
de cuneiformes pictogramas:

A mí, Enkidu, hijo de Uruk, me fue revelado,
a mí, Enkidu, me fueron abiertos los ojos
para que entendiera con mi mente de hombre.
Un viento como un huracán sopló en mi oído
y una luz como el sol cegó todos mis sentidos,
y yo fui purificado para recibir la Verdad pura:
El universo es una tautología
”.

Por eso entendemos que se expanda
y se contraiga eternamente.
Por eso comprendemos que la vida
sigue a la muerte, y ésta a aquélla.
Por eso sabemos que el caos
sólo se explica por sí mismo.
Por eso todo presente muta
en un futuro que será pretérito.
Por eso los planetas orbitan
en una gran órbita elíptica,
que empieza donde termina,
que acaba donde comienza.

Es el yin y el yang del taijitu,
la rota Fortunae y el ouroboros,
la swastika y el zooidion,
el mándala y el dharmacakra,
el lauburu y la cinta de Möbius,
la triqueta y la shrivatsa,
el tzolkin y el haab del hunab,
la rota solaris y el triskelion.

La tablilla finalizaba:
Yo soy el que soy”,
la tautología perfecta.

(En memoria del maestro Jorge Luis Borges)

sábado, 15 de marzo de 2008

UNA HISTORIA DE AFGANISTÁN


Omar Hassán es un chico de 12 años. Le gusta correr, jugar, comer, dormir, reír... como a cualquier otro chico de su edad. Pero, si miraras fijamente, tanto como pudieras aguantar, los ojos de Omar, verías que su mirada no es la de un chico normal de 12 años, sino la de un hombre adulto que podría contar muchas historias al calor de la hoguera que convoca a los ancianos de su tribu. Y es que su mirada ofrece una tristeza indescriptible, pero, a la vez, una dureza que envidiarían las rocas más antiguas de las montañas que le vieron nacer y crecer. Omar Hassán nació en Afganistán, tierra que ha visto pasar el tiempo de los hombres como una pesadilla de guerras, odio y violencia. Nació, acaso, en el lugar correcto, pero en el tiempo equivocado.
La vida de Omar está salpicada de recuerdos que son como agujas de un reloj que marca impasible la vida, inyectando un pasado que se niega a desaparecer en un presente que no sabe olvidar. Su madre y su abuela guardan una memoria jalonada de dolorosos hitos que nuestro pequeño héroe ha aprendido a visitar, a recorrer uno a uno con la piedad de quien ama a sus parientes perdidos para siempre: su abuelo y su tío, el padre y el hermano mayor de su madre, murieron luchando contra los comunistas rusos en Qundūz, en las agrestes montañas del norte de Afganistán, y todavía hoy Omar mira con respeto el Kalashnikov que un viejo amigo de su abuelo entregó a su abuela como amargo trofeo del heroísmo de su marido; su padre falleció en Bāmiyān, en un duro combate contra los talibán, quienes, tras encontrarlo herido, lo remataron de un tiro en la cabeza; y, cada día, día tras día, Omar aprieta los dientes y traga saliva para no llorar ante su querida hermana pequeña Sabira, con la que tantos juegos y risas compartió, convertida en un ser incompleto por culpa de una vieja mina rusa que pisó mientras corría delante de él y que le amputó las dos piernas, parte del brazo derecho y le robó la visión del ojo izquierdo para siempre. Omar sueña muchas noches con esa masa sanguinolenta en que se convirtió su hermana y que él mismo llevó corriendo a su casa, y esa pesadilla le produce una ansiedad crónica que tal vez no le abandone nunca. Él sabe que la vida de su hermanita es un milagro, un milagro para el que, en ocasiones, envidia la muerte.
Mientras tanto, cuida del pequeño rebaño familiar de ovejas Karakul que permite subsistir a duras penas a su familia. Su cuerpo está sumido en una extrema delgadez por la falta de alimento y hace ya tiempo que le fue robada su infancia, pero su mente bulle burlando las cadenas materiales que le han sido impuestas: sueña con agrandar el rebaño, comenzar a ahorrar dinero y poder emigrar a Pakistán algún día, pese a las terribles historias que llegan hasta su misma aldea como un amenazador eco. Sabe que, seguramente, ese día no llegue nunca, y que, tal vez, sí se presente el día en que coja el viejo Kalashnikov de su abuelo y marche a combatir a los odiados talibán, o, simplemente, acabe trabajando en una de las plantaciones de amapola que cubren las laderas más suaves del valle cercano. La verdad es que no tendría miedo de acompañar a su padre, su abuelo y su tío. Al fin y al cabo, ¿cómo puede sobrevivir un niño en Afganistán si tiene miedo? A los niños de Afganistán les ha sido prohibido el miedo, al igual que hicieron los odiados talibán con esas bonitas cometas de colores que solía volar con su padre en las soleadas mañanas primaverales en las que la brisa decidía salir de paseo. Su padre voló para siempre como una cometa, sus cometas se fueron como su padre. ¿Para no volver?
No, Omar Hassán no existe, pero sí hay miles y miles de niños que bien podrían pasar por él en la tierra mártir de Afganistán, donde la guerra es tan permanente como el polvo de sus caminos y las nieves de las cimas de sus montañas. Disfrutemos de la paz mientras nos sonríe.

Post data: os recomiendo ir a ver un par de películas de la cartelera que no os defraudarán, ambas relacionadas con este relato: La guerra de Charlie y Cometas en el cielo.

martes, 4 de marzo de 2008

QUE SU SUFRIMIENTO NO CAIGA EN EL OLVIDO

UN ECO REVERBERA

Un eco reverbera de piedra en piedra,
de monte en monte, de cima en cima,
eco de llantos y agujas, agujas y penas.

Es el dolor punzante de un fracaso:
el fracaso del esclavo en su miseria,
de la mujer opresa por manos viriles
que nunca conocieron la delicadeza,
del niño explotado en fábricas, minas,
despojado de su infancia e inocencia,
del hermano negro vendido, comprado,
por, ¡ay! lobos blancos sin conciencia,
de todo aquel ser humano torturado,
ahogado en los pozos del sufrimiento,
de todo judío consumido por la fiebre
de la pesadilla de la larga noche nazi,
de todos los inocentes masacrados
por la lógica criminal del comunismo,
por el fanatismo radical del terrorismo,
y de tantas víctimas, sí, de tantas guerras
que claman el pago de sus viejas cuentas.

Bien lo ven mis ojos, grabado está en mi cabeza:
transitan los caminos de nuestra humana historia
mudos despojos que a la memoria piden justicia.
¡Para, escucha el llanto de tantos seres que claman
porque fueron despojados de toda su humanidad,
porque fueron despojados de toda su dignidad
porque que fueron despojados de toda grandeza!

¿QUIÉN APAGARÁ SU SED?
¿QUIÉN SACIARÁ SU HAMBRE?
¿POR QUÉ OLVIDAR SU EXISTENCIA?
¿POR QUÉ DESPRECIAR SU ANGUSTIA?
¿POR QUÉ IGNORAR, SEPULTAR SU PENA?

NO SERÁ UN HOMBRE, NO, BIEN LO SABÉIS.
LOS PELDAÑOS NO BAJAN AL INFIERNO,
NO, LOS PELDAÑOS SUBEN AL CIELO.