martes, 23 de diciembre de 2008

CHOCOLATE Y ALGO QUE DECIR
[INTROSPECCIÓN Nº 7]


Hay algo importante que quisiera decirte;
préstame atención y mírame a los ojos:
he decidido, tras meditarlo en mi silencio,
que esperaré a tu lado la Venida del Reino,
sin prisas, mientras disfruto del color,
mientras acaricio las miles de formas
que a mis ojos se ofrecen y presentan.

Mira, Sara, el mundo corre apresurado.
¡Riámonos de él mientras podamos!
Yo seguiré dejando que el chocolate...
umm... el chocolate se derrita en mi boca,
lenta, lentamente, muy, muy lentamente.
No hay ninguna prisa, aunque este mundo,
sí, este mundo que los dos habitamos,
al que llegamos, del que un día nos iremos,
corra apresurado como mecanismo sin freno.

Andando por las calles y los días,
veo pasar a mi lado a seres a medio hacer,
cocinados a fuego tan rápido, tan fuerte,
que su exterior, su cuerpo, está quemado,
mientras su interior, su alma, está cruda.
¿A qué cocinero los devolveremos?
Pero, ¿quién cocina la realidad que vemos?
¡Bah, el mundo está demasiado atareado!
¡Demasiado atareado para hacernos caso!
¡Riámonos de él mientras podamos!

¿Has visto cómo brilla el sol en la mañana?
Nos contempla desde que éramos niños,
y parece que asistiera a nuestra decrepitud
con gesto de sabia admonición y consejo
(¿dónde quedará la luz en este mundo
cada vez más y más oscuro, triste y frío?)
mientras nos suicidamos inyectándonos,
a lomos de un licántropo de ojos enrojecidos,
un veneno invisible, pero mortal de necesidad;
tal es el poder de la estupidez humana:
matar por agotamiento, sin dejar huella.

¡Ven! ¡Dame tus manos! ¡Únelas a las mías!
Te regalaré las flores más bonitas que poseo.
En ellas van un pedacito de esa Naturaleza
que el hombre desprecia y esclaviza,
poniéndola a su servicio y olvidando, ¡ay!
olvidando que en ella está su presente,
estuvo su pasado y ha de estar su futuro...
Pero no me reproches mi pesimismo.
No, no lo hagas, te lo ruego.
No logro imaginar otra tierra,
no logro concebir otro cielo,
no logro soñar otras aguas,
no logro idear otros seres,
no logro proyectar otros bosques.
Y mis sueños se pueblan de pesadillas,
en las que un agujero negro lo engulle todo.
Pero ese agujero tiene... tiene...
¡tiene una aterradora forma humana!

¿Qué precio estamos dispuestos a pagar
por matar a Dios y comprar la divinidad?
Somos dioses de nosotros mismos,
en tautología tan absurda como falaz
(hemos pagado oro por lo que es,
apenas, apenas si es basura).
Vinieron los falsos profetas,
y nosotros creímos sus profecías.
Vinieron los mercaderes,
y nosotros compramos sus mercancías.
Y la Mentira profanó la Inteligencia,
y el Dinero manchó nuestras manos.
¡Y el nuevo dios del Progreso exige,
demanda, perentorio, adhesiones ciegas!
¡Exige enfurecido el cese del Amor!
¡Demanda a gritos desde su negro trono
una nueva capa de pintura para la Verdad!
¡Reclama que se le sacrifiquen en su altar
las vidas de los débiles entre los débiles!
¡Ordena el fin quirúrgico y aséptico
de las vidas que considera inservibles,
inútiles para su proyecto de alienación!

Pero yo esperaré a tu lado la Venida del Reino,
mientras dejo que el chocolate se derrita,
poco a poco, en mi boca, dejando crecer,
lenta, muy, muy lentamente, su dulzor.
Este mundo corre apresurado, Sara,
¡riámonos de él mientras podamos!